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jueves, 22 de marzo de 2012

LA DAMA DE ELCHE


Hacemos referencia a a enciclopedia de Internet Wikipedia
La Dama de Elche es una escultura ibérica tallada sobre piedra caliza que  data entre los siglos V y IV a. C.
Mide 56 cm de altura y tiene en su espalda una cavidad casi esférica de 18 cm de diámetro y 16 de profundidad, que posiblemente servía, para introducir reliquias, objetos sagrados o cenizas como ofrendas al difunto. Otras muchas figuras ibéricas de carácter religioso, halladas en otros lugares, tienen también en su espalda un hueco y, como la Dama, sus hombros se muestran ligeramente curvados hacia delante.
Se descubrió el día 4 de agosto de 1897. El lugar donde se descubrió el busto de la Dama es hoy un yacimiento arqueológico donde se han ido descubriendo a lo largo de los años numerosas piezas de mucho valor, íberas y romanas, testimonios de aquellas civilizaciones. Se ha descubierto un poblado íbero-púnico, alcantarillado romano, mosaicos, murallas y casas romanas.
La pieza se encontró cerca de Elche (España), donde existe un montículo que los árabes llamaron Alcudia ('montículo') y que en la antigüedad estaba casi rodeado por un río. Se sabe que fue un asentamiento íbero denominado Helike (en griego) y que los romanos llamaron Illici Augusta Colonia Julia. Cuando llegaron los árabes, situaron la ciudad más abajo, en la parte llana, conservando el topónimo romano de Illici, que fue arabizado por el sonido en «Elche».
Se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional de España, de Madrid (España).
Su indumentaria es totalmente ibérica. Lleva una túnica azul de fino lino, mantilla sostenida por una peineta (que puede parecer una tiara), que cae atravesada sobre el pecho. Esta mantilla era rojiza y en ella aún quedan restos de pintura gastados. Sobre la mantilla, un gran manto (albornoz) de tela gruesa y pesante la cubría. Era de color marrón con un ribete rojo. Los labios conservan también restos de su color rojo. Está hecha de caliza fina, naranja y la cara tiene el color natural de esta piedra, probable color natural de su tez.
Lleva la Dama unas joyas características de los íberos: unas ruedas que cubren las orejas y que cuelgan de unas cadenitas sujetas a una tira de cuero que le ciñe la frente. Unos collares y coronas con esferitas y filigranas. Son reproducciones de joyas que tuvieron su origen en Jonia en el siglo VIII a. C. y que después pasaron a Etruria (Italia). En los últimos análisis se descubrió un pequeño fragmento de pan de oro en uno de los pliegues de la espalda. Esto induce a suponer que las joyas de la escultura estaban recubiertas de pan de oro. No son cualquier tipo de joyas las que posee sino piedras que seguramente pertenecían a algún tesoro de la realeza, como es el caso del enorme collar porta-amuletos y la gran corona de oro que tiene en su cabeza.
La vestimenta que tiene puesta la dama de Elche es sumamente elegante y con una parte abierta en el cuello, con el motivo de que se puedan apreciar todas las joyas que lleva en el cuello.
Contiene todos los símbolos de poder y belleza de su época, desde su particular mirada, la fineza de su piel, porte elegante y una gran cantidad de accesorios típicas del momento histórico en que fue creada.
La expresión del rostro de la hermosa mujer es de una gran paz, donde se percibe que se encuentra en un momento de profundo pensamiento y reflexión. Hay quienes sostienen que puede tener alguna referencia “divina”, donde no se trata de una mujer sino que es alguna diosa con rasgos femeninos y que era motivo de admiración y devoción.
El principal efecto de la escultura corre a cargo del contraste entre el lujoso atavío y, sobre todo, el exuberante tocado -todo ello realista, recargado de detalles- y el semblante sereno, idealizado de mujer. Es un rostro de rasgos finos: los ojos algo oblicuos, rasgados, tienen la mirada tenuemente ensombrecida por la ligera caída de los párpados superiores, que cubren parcialmente el iris, vaciado para hacer hueco a una sustancia desaparecida (un rasgo técnico ajeno a las demás esculturas ibéricas); las cejas, altas, prolongan sus líneas arqueadas en las formas rectas de la nariz, de aletas breves; la boca es de labios finos, bien perfilados, y cerrados en un gesto de serena seriedad; todo lo encierra un contorno dibujado por unos pómulos altos, apenas pronunciados, mejillas enjutas y una barbilla redondeada y firme. Va vestida con tres prendas: una fina túnica abrochada con una diminuta fíbula anular, sobre ella un vestido que se ve terciado sobre el pecho, y, por encima de todo, un manto de tela gruesa, cerrado algo más abajo del borde conservado, y por arriba abierto forzando una especie de solapas de plegado muy anguloso. Deja ver los tres grandes collares, dos con colgantes en forma de anforillas y, el inferior, con grandes lengüetas. Destaca sobre todo lo demás el tocado, suprema expresión de los ya bastante aparatosos que lucen otras esculturas ibéricas. Prueban de sobra los tocados que el griego Artemidoro se entretuvo en describir, cuando aquí estuvo en torno al año 100 a. C., como propios de las damas ibéricas. El de la escultura ilicitana se asemeja a alguno de ellos, aunque no se ajusta a ninguno completamente. Un velo, que se introduce por detrás bajo el manto, es alzado sobre la nuca con la ayuda de una especie de peineta; una funda sobre él, que originariamente debía de ser de cuero, se ajusta al cráneo, y además de servir de soporte a filas de esferillas que adornan el borde sobre la frente, cumple la finalidad de dar sujeción a los dos enormes estuches discoidales que enmarcan el rostro, del que lo separan unas placas decoradas con volutas y con colgantes terminados en perillas, que caen sobre las clavículas; un tirante de extremos abiertos pasa sobre la cabeza, sujeto a los discos, para impedir que se abrieran más de lo conveniente. Son estos últimos muy anchos y profusamente decorados, los que confieren a la Dama la apariencia que la hace universalmente reconocible y diferenciable de cualquiera otra. La idealización del rostro y la exuberancia del atavío convienen, más que a una mortal, por principal que fuera, a una divinidad, para la que estaría reservada la suprema ostentación petrificada en la escultura.
Artemidoro de Éfeso, hombre de Estado que viajó por las costas de Iberia allá por el año 100 a. C., describe a la mujer ibera en un texto que ha llegado hasta nuestros días, y en el que puede reconocerse muy bien la descripción de la Dama de Elche, tal es el parecido:
Algunas mujeres ibéricas llevaban collares de hierro y grandes armazones en la cabeza, sobre la que se ponían el velo a manera de sombrilla, que les cubría el semblante. Pero otras mujeres se colocaban un pequeño tympanon alrededor del cuello que cerraban fuertemente en la nuca y la cabeza hasta las orejas y se doblaba hacia arriba, al lado y detrás.
La Dama viste un pesado y lujoso traje ceremonial. Las damas votivas del Cerro de los Santos, con sus tocados y joyas, ¿representan a la diosa o sólo a mujeres ataviadas como ella? Estrabón observa que “en algunos lugares llevan collares de hierro con unos ganchos doblados sobre la cabeza que avanzan mucho por delante de la frente. Cuando quieren, cuelgan el velo de esos ganchos para que les dé sombra en el rostro. En otros lugares se colocan alrededor un disco redondeado hacia la nuca que ciñe la cabeza hasta las orejas y que se despliega hacia arriba y hacia los lados. Otras se rapan la parte delantera del cráneo para que brille más que la frente (también lo hacía Rita Hayworth) otras se colocan sobre la cabeza una columnilla de un pie de alto, trenzan alrededor el cabello y luego lo cubren con un velo negro”. Este es el tocado de las vascas que aparece en los dibujos del Civitates Orbis Terrarum, del siglo XVI.
La Dama a cuya toilette asistimos, ¿es una mujer poderosa o representa a la Diosa Madre? Quizá ambas cosas a un tiempo: la mujer poderosa que, por serlo, representa a la Diosa Madre, señora de los rebaños y de la naturaleza en las fiestas del poblado. Entre los iberos, el trato solemne con la divinidad se reserva a las clases dominantes. La situación de la mujer ibera depende de su clase social. Si pertenece a la aristocracia del poder y del dinero, goza de amplias prerrogativas, como se deduce de los ajuares de sus tumbas, que compiten en riqueza con los de los hombres. La mujer ibera aparece en las ceremonias religiosas en plano de igualdad respecto al hombre (como se manifiesta en las pinturas de los vasos de Liria), o incluso en un nivel superior, cuando representa a la diosa (la Dama de Elche o la de Baza). Incluso es posible que el sacerdocio, esté integrado principalmente por mujeres (como sugieren las damas oferentes del Cerro de los Santos).
En otras ocasiones, esta diosa que fertiliza los campos y los rebaños, aparece flanqueada por parejas de caballos o de otros animales.
 Como protectoras de la fecundidad, algunas diosas mediterráneas se relacionan con la prostitución sagrada, vestigio de un rito neolítico, o incluso anterior, encaminado a estimular la fecundidad de la naturaleza vegetal y animal.
La prostitución sagrada se practicó incluso en la Roma imperial donde los
ierodules o esclavos estaban a disposicón d elos templos y de los dioses.
En Pyrgi y en la propia ciudad de los Césares la desempeñaban personas de uno y otro sexo, especialmente las mujeres.
En Kition se denominaban hieródulas o servidoras de Astarté. Las devotas acudían a ciertos templos y se entregaban los forasteros en celdas individuales. ¿Llegaron esas costumbres a Iberia? Es posible que los iberos realizaran rituales fecundantes como otros pueblos mediterráneos. Algunos arqueólogos suponen que ciertos cubículos encontrados en los templos de Cancho Roano (Badajoz) y de Cástulo (Jaén) podrían tener esa finalidad fornicatoria.
¿Quién sabe si esas danzas bastetanas  o las que retratan las cerámicas levantinas, no terminaban en revolcón, como en las fiestas grecorromanas de Dionisos, tras la phalephoria o alegre procesión del falo, seguida de orgía ritual que aseguraba la fecundidad de la tierra?
         En el altar de la diosa, nuestra Dama reparte entre los devotos tortas de bellota e higos secos. “Es cosa cierta –escribe Plinio- que aún hoy la bellota constituye una riqueza para muchos pueblos hasta en tiempos de paz. Habiendo escasez de cereales se secan las bellotas, se mondan y se amasa una harina en forma de pan. Actualmente incluso en las Hispanias, la bellota figura entre los postres. Tostada entre ceniza es más dulce”.
         Luego, la fiesta. Los iberos son muy aficionados a la danza y a la música. Conocen instrumentos musicales de viento, de cuerda y de percusión, que suenan en los desfiles militares, en las danzas guerreras, los bailes de celebración y la vida. Hombres y  mujeres bailan cogidos de la mano.
Nuestra Dama, tras la ceremonia, posa para un artista. Aunque el peso de los arreos la abruma y siente una ligera jaqueca, la Dama de Elche, se  retrata recargada de joyas, en su papel de diosa. Es muy posible que el tesoro tartésico de El Carambolo, encontrado cerca de Sevilla, perteneciera a una imagen de la Diosa Madre. Las Damas esculpidas representarían a otras imágenes de los templos, maniquíes de madera, imágenes de vestir, con sólo la cabeza y las manos, como ocurre en los cultos de otras madres mediterráneas, sean Isis, Atena, o Tanit. Es evidente que la costumbre ha perdurado o se ha reproducido con las imágenes de la Virgen María.
 La escultura de la Dama de Elche y la de su prima de Baza son esculturas funerarias interiores, destinadas a la cámara sepulcral de un personaje importante, un régulo, una princesa... quizá la de la propia señora a la que representan.
Los iberos demuestran su riqueza también en sus enterramientos, que disponen a lo largo de los caminos de acceso al poblado. Es posible que expongan los cadáveres de sus difuntos para pasto de animales, entre ellos los buitres, especie que no corre peligro alguno de extinción. Las aves se asocian  al ultramundo al que aspiran los difuntos. De hecho, la diosa de la vida y la muerte se simboliza con palomas  u otras aves. La Dama de Baza presenta un respaldo con dos proyecciones en forma de alas.