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miércoles, 23 de noviembre de 2011

NECROPOLIS DE LA ALBUFERETA


 

 Con el nombre de La Albufereta se conoce la que fue necrópolis del poblado ibérico del Tossal de Manises, principalmente durante los siglos IV y III a.C., si bien algunos de los materiales cerámicos de la necrópolis nos llevan incluso al siglo VI a.C., como una copa jonia y una crátera ática de figuras negras. El yacimiento se ubica en el término municipal de Alicante, frente a la playa de La Albufereta y a los pies del cerro del Tossal de Manises. Su nombre alude a una antigua albufera, ya desecada. La necrópolis fue descubierta casualmente a raíz de las obras de construcción de la carretera que une la ciudad de Alicante con la playa de San Juan. Las primeras excavaciones fueron realizadas por J. Lafuente entre 1931 y 1932. Dada la importancia de los hallazgos que se fueron produciendo, se decidió continuar con los trabajos arqueológicos en la necrópolis entre 1934 y 1936, quedando esta vez al frente de las excavaciones F. Figueras. En total se descubrieron casi 400 tumbas, bastante próximas entre sí y sin orden aparente. Este elevado número de tumbas da idea de la destacada entidad de la necrópolis, si bien sus dimensiones completas resultan inciertas debido a las destrucciones provocadas por las obras de la carretera.

En todos los casos se empleó el ritual de la incineración. Los huesos cremados podían depositarse en el mismo lugar en que se había realizado la incineración, o bien dentro de un vaso cerámico colocado en un hoyo. En las tumbas, tal vez purificadas con fuegos o libaciones, los restos de los difuntos se acompañaban de algunos elementos de ajuar, destacando la convivencia de objetos ibéricos y púnicos. Las fosas que sirvieron como piras estaban trazadas con el propósito evidente de orientar su eje mayor de Este a Oeste, con la cabeza a Poniente (Figueras, 1956, 12-13). Estos hoyos, de escasa profundidad, eran cubiertos después del enterramiento con la misma tierra sacada al practicarlos. Las tumbas estarían señalizadas por túmulos escalonados o más frecuentemente por tapas de barro enlucidas con colores llamativos (Sala, en Olcina y Pérez Jiménez, 1998, 37-39). Se halló una escultura de toro que coronaría un monumento funerario de tipo pilar-estela. Entre las cerámicas de los ajuares hay tanto piezas de fabricación indígena como otras importadas. Se trata principalmente de platos, botellitas, tarros y otros tipos de recipientes que quizás contuvieron alimentos, bebidas y perfumes. Los vasos ibéricos, dotados de una rica decoración pintada, sirvieron en muchos casos como urnas cinerarias, mientras que las piezas de figuras rojas, de barniz negro ático o de los talleres del Mediterráneo Occidental actuaron más bien como indicadoras de la riqueza de los ajuares y por tanto de la respectiva relevancia social de los individuos cremados, además de servir probablemente para realizar libaciones en su honor antes del sellado de las sepulturas.


Está actualmente desaparecido un relieve interpretado como una escena funeraria de despedida. La pieza fue robada del Museo de Alicante en 1969. Se trata de dos figuras afrontadas en altorrelieve que originariamente presentaban una intensa policromía (Ramos Molina, 2000, 51-52). El relieve ilustra cómo eran y cómo vestían algunos de los hombres y mujeres que se enterraron en la necrópolis. La mujer viste una túnica ajustada al cuerpo de manga ancha y se cubre con un manto que forma grandes pliegues. En los pies lleva calzado cerrado. Con una diadema se sujeta el peinado, del que caen dos largas y gruesas trenzas. Lleva un collar y un broche para el manto. En su mano izquierda sostiene un copo para hilar del que cuelga un huso con parte de la madeja ya hilada con la fusayola. La mano derecha la tiene cerca de la boca, quizás para untar de saliva los dedos con que después hilará el copo. También es posible que en realidad con la mano derecha la mujer se esté enjugando una lágrima (Aranegui, 1994, 130), lo que reforzaría la interpretación de la escena como una despedida, metáfora de la muerte. El hombre lleva túnica corta y manto sujeto por una fíbula. Tiene la cabeza tonsurada y larga melena hasta los hombros. Sus pies van descalzos. Luce brazaletes y pendientes, constituyendo estos últimos un indicio de estatus rastreable también en otras esculturas ibéricas de personajes masculinos, como las del Cerro de los Santos, Coimbra del Barranco Ancho y El Cigarralejo (Aranegui, 1994, 128-131). Se apoya en un largo palo, que tal vez sea el astil de una lanza.

Hay en los ajuares una presencia muy escasa de armas en comparación con otras necrópolis contestanas contemporáneas, documentándose tan sólo unas pocas falcatas y puntas de lanza. Abundan las estatuillas de terracota y los pebeteros con forma de cabeza femenina, interpretados como quemaperfumes indicativos de la extensión del culto a Tanit. Otros objetos de clara raigambre púnica presentes en los ajuares son los ungüentarios, destinados a contener perfumes y aceites olorosos, los amuletos egiptizantes de pasta vítrea, encargados de proteger al cadáver contra toda influencia negativa, y los huevos de avestruz, que simbolizaron el principio vital y la regeneración de la vida. 
Los objetos de uso cotidiano y de adorno personal son comunes, incluyendo fíbulas y broches de cinturón, además de pendientes de oro. Otros elementos recuperados en la necrópolis y que manifiestan un claro orientalismo son una imagencita de Horus en marfil, un collar cuyas cuentas flanquean a una paloma, y braseros de manos estilizadas, como los de Carmona y La Aliseda. 
Las monedas ebusitanas halladas en La Albufereta apuntan a que Ibiza actuó como intermediaria en la llegada de diversos productos hasta el área alicantina. El carácter iberopúnico de la necrópolis de La Albufereta señala que la ocupación bárquida del enclave del Tossal de Manises se amparó en una larga trayectoria anterior de contactos entre los cartagineses y la población indígena del establecimiento. Es posible que la necrópolis dejase de usarse a la vez que acontecía un cambio ideológico y organizativo importante en el poblado del Tossal de Manises, como su paso desde la órbita cartaginesa a los conquistadores romanos, ya a fines del siglo III a.C.